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115 El estilo. En signos (III)

                                                   

 

III.  CÁLIGAS Y QUIROTECAS 



En el semanario de la diócesis de Málaga que se encuentra uno sobre una mesita a la entrada al templo en el que se va a oír la misa dominical se viene dando información sobre objetos que ya no usa pero que conserva con esmero la Manquita. Resulta una página curiosa e interesante.

Recientemente, el archivero de la catedral malacitana ha escrito sobre las cáligas. Presentaba una fotografía de las que se conservan allí. Las cáligas son un calzado episcopal. A la semana siguiente su tema eran las quirotecas, foto y texto explicativo, también episcopales.

En ambos casos y en muchos otros similares se trata de objetos que han caído en desuso tras el Concilio Vaticano II.

Las quirotecas, como las cáligas, tenían su momento en las procesiones, rogativas, bendiciones, misas solemnes… Su color era el que tocara según el calendario litúrgico.

El obispo, mientras se enfundaba las quirotecas o se calzaba las cáligas pronunciaba, al hacerlo, una oración especial.


Quizá quien inició la prenda litúrgica de las quirotecas hasta pensó en la piel de cabrito con la que Rebeca cubrió los brazos de su hijo Jacob (Gen 25, 29-34).

Al quitárselas, las depositaba no en cualquier sitio sino en una bandeja que se le adelantaba.

Como estos dos, otros objetos litúrgicos hoy arrinconados, quizá expuestos en vitrinas como recuerdos de otros tiempos, en buena parte no dejan de mostrarnos la reverencia y el respeto de lo sacro, que hoy echamos de menos. Pensamos que pudieran suprimirse estas y otras prendas similares en cuanto tenían de palaciegas y se iban quedando en mera ceremonia. Pero la reverencia, el temor de Dios, el sacro respeto, el saludable temblor ante lo sagrado de que eran fruto, son algo que no debiera haberse perdido. Objetos tangibles deberíamos conservar que nos expresaran como cristianos “temerosos de Dios y de sus misterio sacros”. Lo necesitamos, somos cuerpo y no solo espíritu.

Hoy un hombre en camisa o una mujer en vaqueros rotos o agujereados suben al altar, como quien dobla sus piernas al subir las escaleras de su casa de pisos y se disponen a leer la Sagrada Escritura, acercan las formas consagradas o reparten la comunión… y lo hacen como quien distribuye bocadillos a media mañana en el patio del colegio.

En el Cielo que nos espera – ¡Dios de cerca!- la Majestad de Dios seguirá siendo Majestad. 

Su Divina Majestad, decían nuestros clásicos.




CARLOS URDIALES RECIO

Maestro. Ciencias religiosas. Univ. Lateranensis

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