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116 El estilo. Los signos (IV)

                                                                                                                                                                                                                   

          IV.  ANDAR

En el andar se ha de notar que somos cristianos. Colegiales del Colegio Apostólico de Cristo. Nos matricularon en su Centro por el bautismo. Felizmente Él fue y sigue siendo nuestro Maestro. Ni tuvimos ni tendremos otro. En el andar se nos nota. Es uno más de los elementos de nuestro uniforme de colegiales.

A los amigos de Lázaro, a quien ha arrebatado de la muerte ya de cuatro días, les dice Jesús que le desaten de las vendas que le impiden moverse y que le dejen andar.


Nosotros andamos con permiso de nuestro Maestro. Él nos dejó en esta su Tierra y nos mandó que hasta en el andar lleváramos al mundo su “Buena Nueva”.

El andar de Lázaro, arrebatado de la muerte y de la sepultura, donde ya hedía, no sería el mismo, el anterior andar, sino otro. Así, el nuestro, sobre todo después de oír la imperiosa y amiga voz del Maestro: ¡Sal fuera!

Si antes el andar de Lázaro, como buen israelita amigo de Jesús, el Hijo de Dios, era el propio de un noble o de un príncipe al decir de los salmos del Antiguo Testamento (Ut collocet eum cum principibus, cum principibus populi sui. Sal 113,8), después sería un andar precristiano, de alguien que le debe la vida.

Nosotros, pobres y devalidos (Sal 113,7), contados ya entre los nobles y príncipes del nuevo Israel, por cristianos, caminamos y nuestro andar es felicidad y gravedad a la par. Libertad y responsabilidad. Fuerza en el avance y sosiego en los pasos, rectitud y solidez. A nuestra derecha o a nuestra izquierda, no lo sabemos bien, pero estamos ciertos, marcha con nosotros el Ángel de Yahvé y el mismo Cristo.


   
                                                   

Puede que el nuestro sea, en ocasiones, el andar de hombres que huyen, que están tristes, quizá, que no saben a qué atenerse, pero en el fondo de nuestra alma y en el corazón de nuestro corazón llevamos escondido y vivo el recuerdo y la palpitante presencia de un “profeta poderoso en obras y en palabras ante Dios y ante todo el pueblo” (Lc 24,20), recuerdo que de cuando en cuando nos asoma a los labios y hablamos con nuestros compañeros de la tarde que va cayendo. Y es que si siempre le esperábamos, le seguimos esperando, aunque no lo notemos, como los de Emaús.

Hasta en el andar se nos nota. El nuestro es un andar cristiano, enhiesto, noble. Si el pie derecho adelanta la verdad de Cristo, el izquierdo, su belleza, todos, derecho e izquierdo “al manso y humilde de corazón (Mt 11,29)” y al “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 19,16) del Apocalipsis.

CARLOS URDIALES RECIO

Maestro. Ciencias religiosas. Univ. Lateranensis

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