6.
DESDE UN SABOR A GLORIA
Lo
definía muy bien el catecismo del padre Ripalda: “Orar
es levantar el corazón a Dios...”.
Las aves levantan el vuelo y el corazón del hombre también se
eleva.
Empezamos
el día exprimiendo unas naranjas y haciéndonos con ellas un zumo de
delicia. Nos sabe a gloria. Es puro néctar. Lo saboreamos mientras
nuestro corazón salta en vuelo al Dios de los grandes y pequeños
regalos. Este es un regalo caído del Cielo en la primera hora de la
mañana.
Una
gratitud que remeda el vuelo de muchas aves se nos levanta desde los
adentros del alma, mientras nos bebemos a sorbos este presente de
Dios generoso y bueno. Apurado el vaso, nuestra gratitud al Altísimo
pliega sus alas en agradecimiento y nos sentimos felices.
Ha
sido nuestra breve y entrañable oración de la mañana.
Una
gaviota, mientras, ha cruzado el cielo, planeando un blancor que daña
a los ojos al darle el sol de la mañana. Pasea solemne su blanco de
cuerpo y de alas desplegadas. Otro regalo de Dios para nuestros ojos
en este amanecer: el que sus aves le glorifiquen con su armonioso
baile. Nos unimos a esa alabanza natural y nos alegra el alma el que
las criaturas cumplan su designio de embellecer el mundo.
El
mundo con su hermosura es un himno a su Creador. Nos felicitamos de
que así sea. La alegría que nos recorre el alma, que se levanta en
vuelo de gratitud y felicidad es nuestra oración.
CUR
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