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72. Don Tancredo


                 DON TANCREDO

              Y EL SANTO PONTÍFICE
                  

Creíamos que era imbatible, un fenómeno galaico de la naturaleza, un crack de dimensiones telúricas, pero han bastado dos votos de tres en una sentencia judicial no firme (recurrible) para tumbarlo y dejarlo kao sobre la lona. Más que la condena a multa al partido como partícipe a título lucrativo de financiación irregular, ha sido una simple alusión a su dudosa credibilidad personal en sede judicial la que abrió la caja de Pandora. (¿No habría que proceder de oficio contra él si se infiere que mintió -que cometió perjurio- en su declaración como testigo?; ¿se atreverán a dar ese paso los magistrados, o les frenará el estropicio originado?). Hasta el último momento se esperaba un milagro del presidente o que sacara, como en otras ocasiones, algún conejo de su chistera. Creíamos que poseía facultades taumatúrgicas para doblar la cerviz de sus adversarios, pero ha demostrado que, a la postre, tenía también él los pies de barro.

Y, como la gota que hace rebosar el vaso, o, más bien, como esa mariposa que, por su simple aleteo en un punto del globo, puede desencadenar un ciclón en las antípodas (en este caso, una palabra -credibilidad- ajena al lenguaje jurídico-penal, con capacidad sin embargo de convulsionar al país), nuestro aparente don Tancredo, acostumbrado a torear los innumerables escándalos que le han salpicado sin moverse y situado de perfil, y tan cerca ya de las astas del toro de la justicia, chapoteando tanto en el asfixiante lodazal nunca reconocido, no ha podido evitar esta vez que, en menos que canta el gallo, en poquísimas horas, en un embalse de aguas turbulentas recién amansadas por el reparto territorial de dineros públicos, cuando se sentía confortablemente seguro para una relajada travesía de dos largos años, no ha podido evitar, decía, que el tsunami devastador de la corrupción y una reprobación unánimemente orquestada se lo lleven por delante. He ahí la patética soledad del corredor de fondo, traicionado en el último minuto por el amigo del norte. He ahí la fragilidad de la estatua de mármol que hoy se encarna en quien parecía querer imitar a don Tancredo.

Se abre ahora una nueva página de nuestra singular historia. Y yo creo que su 'sustituto' sí que ha protagonizado por sí mismo un verdadero milagro. Hace sólo un año -mayo de 2017-, en un debate a tres con compañeros de partido, la lideresa andaluza le tildaba de frívolo, de ser un veleta incorregible, y le ninguneaba y humillaba sin piedad. El otro colega, el diputado vizcaíno, que competía por el liderazgo y que, ahora, en el debate de la moción de censura se sentaba a su espalda y le abrazaba efusivamente tras su apoteósico triunfo -ay, la insoportable levedad del ser... de los arribistas políticos-, sin embargo en aquel escenario de hace un año se mofaba de él y le hacía ofrecimiento de sus propias ideas puesto que -según afirmaba con crueldad- el pobre no tenía ninguna en su cerebro. Para qué hablar de otras lindezas que le dirigían los editorialistas de El País o de las que le llegaban de labios del presidente de la Comisión gestora de su partido. Era un personaje del que los barones socialistas y muchos otros correligionarios huían (excepto 'las bases') como si se tratase de un apestado, y al que daban por finiquitado todas las lumbreras de análisis político de nuestro gallinero mediático. Así fue hasta la celebración del 39º Congreso del partido el 18 de junio de 2017 y su entronización de nuevo como secretario general. Todo ello es el espejo de la modernidad líquida, más bien gaseosa y volatinera, de la nueva era político-social que nos ha tocado vivir.

En la sesión del pasado 31 de mayo en el hemiciclo de las Cortes, y el día anterior en algún canal televisivo, mientras el aspirante a presidente del Gobierno desgranaba una retahíla de casos de corrupción del partido gobernante, se le oyó mencionar el asunto relacionado con la visita del santo pontífice (sic) a Valencia en 2006. No sabemos si ese estrambótico apelativo, que nadie jamás ha empleado, es fruto de su ignorancia supina o de un tic sarcástico al que le impele su acendrado laicismo ("soy ateo", repitió hasta cuatro veces en una entrevista en septiembre de 2014). Los tratamientos oficiales -y casi siempre usados entre creyentes- que más podrían parecerse serían 'santo padre' y 'sumo pontífice', nunca ese híbrido ridículo inventado por el nuevo presidente. Y el común de los mortales lo llama simplemente 'papa'.

Pero, ahora que lo pienso, nuestro flamante presidente sí que merecería ese calificativo. Pontífice, porque, como es sabido, este término significa 'hacedor de puentes', y él ya ha dicho que tenderá puentes de diálogo con todos los grupos políticos que lo han apoyado. Como gran parte de esos grupos está formada por separatistas irreductibles, para realizar esa titánica empresa, esa cuadratura del círculo, sin violentar el ordenamiento constitucional y la legalidad democrática, sería necesario el concurso de un segundo milagro (el primero ha sido llegar a presidente). Y como son precisamente los santos los que tienen el privilegio y el poder de efectuar milagros, yo pienso que el nuevo presidente del Gobierno del Reino de España merece, a pesar de su ateísmo, el sobrenombre de santo pontífice.

Hemos pasado del socarrón y curtido émulo de don Tancredo a un santo pontífice, presuntamente inane, que ha tomado el cielo por asalto, aunque con escrupulosidad democrática. Ha sido una pugna entre dos púgiles que comenzó allá por diciembre de 2015 cuando el segundo espetó reiteradamente al primero, ante los ojos asombrados de muchos ciudadanos, el insulto jamás escuchado en la lucha cuerpo a cuerpo de dos políticos: "usted no es una persona decente". En el último asalto de este larguísimo combate de ambición y rencor desmedidos ha terminado ganando el más joven, el expedidor de títulos de decencia. El ruedo ibérico, sea unido, federado, troceado o desmembrado, da para eso y para mucho más.


Antonio Peregrín López de Hierro
Junio de 2018


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