DON
TANCREDO
Y EL SANTO PONTÍFICE
Creíamos
que era imbatible, un fenómeno galaico de la naturaleza, un crack
de dimensiones telúricas, pero han bastado dos votos de tres en una
sentencia judicial no firme (recurrible) para tumbarlo y dejarlo kao
sobre la lona. Más que la
condena a multa al partido como partícipe a título lucrativo de
financiación irregular, ha sido una simple alusión a su dudosa
credibilidad personal en sede judicial la que abrió la
caja de Pandora. (¿No habría que proceder de oficio contra él si
se infiere que mintió -que cometió perjurio- en su declaración
como testigo?; ¿se atreverán a dar ese paso los magistrados, o les
frenará el estropicio originado?). Hasta el último momento se
esperaba
un milagro del presidente o que sacara, como en otras ocasiones,
algún conejo de su chistera. Creíamos que poseía facultades
taumatúrgicas para doblar la cerviz de sus adversarios, pero ha
demostrado que, a la postre, tenía también él los pies de barro.
Y,
como la gota que hace rebosar el vaso, o, más bien, como esa
mariposa que, por su simple aleteo en un punto del globo, puede
desencadenar un ciclón en las antípodas (en este caso, una palabra
-credibilidad- ajena al lenguaje jurídico-penal, con capacidad sin
embargo de convulsionar al país), nuestro aparente don Tancredo,
acostumbrado a torear los innumerables escándalos que le han
salpicado sin moverse y situado de perfil, y tan cerca ya de las
astas del toro de la justicia, chapoteando tanto en el asfixiante
lodazal nunca reconocido, no ha podido evitar esta vez que, en menos
que canta el gallo, en poquísimas horas, en un embalse de aguas
turbulentas recién amansadas por el reparto territorial de dineros
públicos, cuando se sentía confortablemente seguro para una
relajada travesía de dos largos años, no ha podido evitar, decía,
que el tsunami devastador de la corrupción y una reprobación
unánimemente orquestada se lo lleven por delante. He ahí la
patética soledad del corredor de fondo, traicionado en el último
minuto por el amigo del norte. He ahí la fragilidad de la estatua de
mármol que hoy se encarna en quien parecía querer imitar a don
Tancredo.
Se
abre ahora una nueva página de nuestra singular historia. Y yo creo
que su 'sustituto' sí que ha protagonizado por sí mismo un
verdadero milagro. Hace sólo un año -mayo de 2017-, en un debate a
tres con compañeros de partido, la lideresa andaluza le tildaba de
frívolo, de ser un veleta incorregible, y le ninguneaba y humillaba
sin piedad. El otro colega, el diputado vizcaíno, que competía por
el liderazgo y que, ahora, en el debate de la moción de censura se
sentaba a su espalda y le abrazaba efusivamente tras su apoteósico
triunfo -ay, la insoportable
levedad del ser... de los arribistas políticos-, sin
embargo en aquel escenario de hace un año se mofaba de él y le
hacía ofrecimiento de sus propias ideas puesto que -según afirmaba
con crueldad- el pobre no tenía ninguna en su cerebro. Para qué
hablar de otras lindezas que le dirigían los editorialistas de El
País o de las que le llegaban de labios del presidente de la
Comisión gestora de su partido. Era un personaje del que los barones
socialistas y muchos otros correligionarios huían (excepto 'las
bases') como si se tratase de un apestado, y al que daban por
finiquitado todas las lumbreras de análisis político de nuestro
gallinero mediático. Así fue hasta la celebración del 39º
Congreso del partido el 18 de junio de 2017 y su entronización de
nuevo como secretario general. Todo ello es el espejo de la
modernidad líquida, más bien gaseosa y volatinera, de la nueva era
político-social que nos ha tocado vivir.
En
la sesión del pasado 31 de mayo en el hemiciclo de las Cortes, y el
día anterior en algún canal televisivo, mientras el aspirante a
presidente del Gobierno desgranaba una retahíla de casos de
corrupción del partido gobernante, se le oyó mencionar el asunto
relacionado con la visita del santo
pontífice (sic) a Valencia en 2006. No sabemos si ese
estrambótico apelativo, que nadie jamás ha empleado, es fruto de su
ignorancia supina o de un tic sarcástico al que le impele su
acendrado laicismo ("soy ateo", repitió hasta cuatro veces
en una entrevista en septiembre de 2014). Los tratamientos oficiales
-y casi siempre usados entre creyentes- que más podrían parecerse
serían 'santo padre' y 'sumo pontífice', nunca ese híbrido
ridículo inventado por el nuevo presidente. Y el común de los
mortales lo llama simplemente 'papa'.
Pero,
ahora que lo pienso, nuestro flamante presidente sí que merecería
ese calificativo. Pontífice, porque, como es sabido, este término
significa 'hacedor de puentes', y él ya ha dicho que tenderá
puentes de diálogo con todos los grupos políticos que lo han
apoyado. Como gran parte de esos grupos está formada por
separatistas irreductibles, para realizar esa titánica empresa, esa
cuadratura del círculo, sin violentar el ordenamiento constitucional
y la legalidad democrática, sería necesario el concurso de un
segundo milagro (el primero ha sido llegar a presidente). Y como son
precisamente los santos los que tienen el privilegio y el poder de
efectuar milagros, yo pienso que el nuevo presidente del Gobierno del
Reino de España merece, a pesar de su ateísmo, el sobrenombre de
santo pontífice.
Hemos
pasado del socarrón y curtido émulo de don Tancredo a un santo
pontífice, presuntamente inane, que ha tomado el cielo por asalto,
aunque con escrupulosidad democrática. Ha sido una pugna entre dos
púgiles que comenzó allá por diciembre de 2015 cuando el segundo
espetó reiteradamente al primero, ante los ojos asombrados de muchos
ciudadanos, el insulto jamás escuchado en la lucha cuerpo a cuerpo
de dos políticos: "usted no es una persona decente". En el
último asalto de este larguísimo combate de ambición y rencor
desmedidos ha terminado ganando el más joven, el expedidor de
títulos de decencia.
El ruedo ibérico, sea unido, federado, troceado o desmembrado, da
para eso y para mucho más.
Antonio
Peregrín López de Hierro
Junio
de 2018
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