¡DIOS,
DIOS, DIOS! (I)
Nos
estamos volviendo ateos los cristianos, como escribió Hans Küng.
Tienes que perdonarnos. Te buscamos tan mal y te mostramos tan remal
los que habríamos de dar noticia de Ti, reduciéndote a nuestra
medida –ahora tan entregada a lo sentimental-, que ya ni levantamos
los ojos al Cielo para verte
efectivamente quien
eres, Dios.
Nos
entretenemos con el “Dios” que nos hemos fabricado y nuestra
relación contigo es, principalmente, un comercio, un ramito de
flores literarias o, en el mejor de los casos, una más o menos bien
pensada teología, todo con los ojos bajos, sin disparar
nuestros ojos a
los tuyos.
Pudiera
estar en otro lugar… Ahora
estoy en San José, Almería, cerca del cabo de Gata. Salgo a la
terraza. Casas recién encaladas y el mar, enfrente; a la espalda,
montañas que nos amurallan a distancia. Arriba, el cielo estrellado,
sin nubes.
Reina
el silencio. Todo parece estar quieto, mudo. El cerro de Enmedio, el
de las Huertas y el del Castillo parece que hacen de centinelas,
avanzados hacia el mar. Estas montañas son una quieta sucesión
de rocas,
ni cambian de postura. Permanecen inmóviles. Se diría que tienen
conciencia de su papel en el Cosmos, lujo tuyo.
Del
fondo del alma me sale un clamor, que grito unamunianamente. Se
pierde mar adentro, cielo arriba donde las estrellas. Entera, la
sierra del Cabo de Gata se ha estremecido sin moverse. No
grito solo, grita el Universo.
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