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20190131

77 AFDA

         
Febrero, 2019
ÍNDICE PRINCIPAL
Pregón: No nos propusimos la felicidad
Ancianos bíblicos: El anciano Jacob (III). Zereutes
Joyas teológicas de arte (V): El Cristo crucificado de Velázquez. Eduardo Malvido
Efemérides: Los cincuenta años de CALPA. Teódulo G.R.
Nuestro castillo interior: Que Dios nos pille confesados. Á. Hernández
Alta política con estilo: Quijotes y Sanchos, pero Amadís de Gaula. R. Duque de Aza
Soneto desde el sentimiento: Poesía:libertad, luz, emoción. Á.H.
Rincón de Apuleyo: La persecución al castellano. La tortuga perezosa
Afderías: Los animales rezan. CUR
Educación física: Tipos de movimientos.  F. Sáez

   
                
NOSOTROS NO NOS PROPONEMOS

                    LA FELICIDAD COMO META

Si entendiéramos la felicidad como la incorporación de la propia persona a la armonía del Universo y con su Creador, estaría bien que nos la propusiéramos como última meta de nuestra existencia.
Pero no siempre se entiende así. Y lo que da pena es escuchar a gente en plena juventud, todo brío por edad, o a gente en plena madurez, es decir, en normal posesión de cierta sensatez cultivada, que responde a la pregunta sobre su último propósito: “Yo lo que busco y pretendo en mi vida es ser yo feliz, con eso me basta”.
Ramón Menéndez Pidal. Retrato de Joaquín Sorolla
Cuando todavía vivía Menéndez Pidal, pasamos por el chalé con jardín que tenía el recreador del “Cantar de Mío Cid” en la calle que ahora lleva su nombre, en Madrid. Unos días antes un periodista le había hecho una pregunta sobre su propia y personalidad felicidad.
- ¿Es usted feliz, don Ramón?
- ¡Hombre...! Feliz, feliz… Si fuera feliz me aburriría. Solo los aburridos aspiran a la felicidad completa. No hace falta ser feliz.
La respuesta del discípulo del incansable polígrafo don Marcelino Menéndez Pelayo llevaba una buena carga de desenfado. Don Ramón Menéndez Pidal fue siempre independiente en sus opiniones y juicios. ¿Cómo le preguntaban a un tenaz e inteligente investigador a quien fascinaba la historia de España, su lengua materna, el humanismo... esas bobadas?
En esta ocasión contestó con toda razón a los periodistas, pues la felicidad como meta individual es propia solamente de aburridos, de lánguidos o de románticos, los cuales, naturalmente, no llegan a ella. La felicidad es un regalo de los cielos a quienes la desdeñan y marchan por la vida con una alta estrella que les guía la existencia desde su cielo, empeñados en altas tareas que a veces les sobrepasan y de continuo les absorben. 



EL ANCIANO JACOB (III)

Un adelanto bíblico del encuentro definitivo

La Biblia es un espejo hecho parábola. Se nos da en uno de los episodios del relato sobre el patriarca Jacob la imagen a la letra de nuestro encuentro definitivo con el Señor.
Jacob centenario ha abandonado Canaán, la patria en la que vive y de la que ya no pensaba salir. Su vida se cerraba. La llamada de su hijo José le ha puesto en camino. Le abrazará y podrá morir en paz. Marcha hacia el Egipto poderoso. Allá su hijo José es un hombre que ya le ha dado nietos y es un gestor omnipotente a quien nada le falta. Dispone de carrozas, de siervos, da órdenes que se obedecen…

Jacob marcha a Egipto. Pero Egipto no espera a que llegue, Egipto sale y marcha al encuentro de Jacob. “Cuando estaban llegando a Gosén, José mandó preparar una carroza y se dirigió a recibir a su padre. Al verlo, se le echó al cuello y lloró abrazado a él. Israel dijo a José: Ahora puedo morir, después de haberte visto en persona, vivo”.

Ausentes de Cristo, toda una larga vida mortal, ¿qué será abrazar a Cristo, nuestro hermano, Hijo de Dios y del Hombre al que servimos, Él vivo, resucitado, glorioso? ¡Abrazo eterno! Vamos hacia él, pero Él viene a nuestro encuentro, ya está cerca. Oímos el rodar de las carrozas que nos lo traen. Nos paraliza el silencio mientras nos vuelve a la mente el versillo de los trenos de Jeremías: Bueno es esperar en silencio el abrazo de Dios, bonum est praestolari cum silentio salutare Dei”. 

Zereutes 
Ancien élève de Évode Beaucamp
y de Francesco Spadafora


JOYAS TEOLÓGICAS DEL ARTE (5)



Diego de Velázquez (1599-1660) pintó este Cristo crucificado hacia 1932.
 El lienzo pintado al óleo mide 250 x 170 cm.
Y se encuentra en el Museo Nacional del Prado.

No soy un especialista en arte. Creo que tengo, sin embargo, sensibilidad artística. Quizá porque me fascina la belleza. En mi búsqueda de las joyas teológicas del arte, desde el primer momento en que decidí componer esta serie de 9 artículos para AFDA, me acordé del cuadro de Diego Velázquez, el del Cristo crucificado. Se me había metido en el hondón del alma la cara inclinada y semioculta por el cabello del Cristo la primera vez que la vi, no sé cuándo ni dónde.

Nada sabía del talante religioso o no religioso del pintor sevillano. Tampoco si era una pintura de contenido cristiano al lado de otras muchas pinturas más del artista. Recordaba del bachillerato al Velázquez famoso por haber pintado el cuadro de Las meninas y el cuadro de Las hilanderas, y una larga serie de retratos de personajes de la nobleza y de la servidumbre de los nobles… (Nota: En el bachillerato no me hablaron del Cristo crucificado de Velázquez).

Pero en mi retina persiste como mi cuadro favorito el Cristo crucificado de Diego Velázquez.

Estoy delante del Cristo crucificado. Voy a intentar “descifrar” el encanto y el encadenamiento misterioso que la imagen del Crucificado ejerce sobre mí. Empiezo por admitir que el cuerpo entero de Jesús, a pesar de mostrar las huellas deformadoras de una muerte por crucifixión, es un cuerpo bello, que mantiene su belleza después de haber sido castigada su espalda a trallazos en la flagelación, luego de haber sido abiertas sus manos y sus pies por 4 toscos e insensibles clavos. Su rostro inclinado a su derecha es un rostro digno, noble; el lado de la cara tapado por los cabellos largos y lacios que le caen de la cabeza no oculta ningún gesto de angustia; si lo hubiera, se notaría en el lado de la cara al descubierto. El cuerpo entero descansa en el posapiés o subpedáneo, pero no rígidamente, como en el Cristo en la cruz de su maestro y suegro, Francisco Pacheco, sino que, al flexionar un poco la pierna izquierda del Crucificado, el peso del cuerpo se ladea y cae sobre la pierna derecha alzando la cadera y dotando de un toque de elegancia al cuerpo desnudo del que cuelga de la cruz. El paño de pureza no llama la atención por sí mismo, sino que se ajusta finamente a la postura adoptada por la cintura del Crucificado.

Sigo mirando al Cristo crucificado del que ya era antes de 1632 “pintor de la Corte”, nuestro Diego Velázquez, y caigo en la cuenta de que frente a mí está únicamente el Crucificado. No hay nadie entre él y yo: no están acompañándolo la Madre, María Magdalena, Juan…, nadie. Tampoco hay nada entre él y yo: un paisaje de trasfondo, una nube, un pájaro…, nada. El cuerpo de Jesús crucificado emerge de un muro oscuro y ausente. Los dos tablones de madera de la cruz, el horizontal y el vertical, son planos: sobre ellos resalta en perspectiva tridimensional el cuerpo crucificado de mi Cristo. Es solamente a él a quien tengo de manera total y directa delante de mí.

Observo en el Cristo crucificado del pintor sevillano que en su cuerpo no se advierte espasmo alguno, ni en las manos ni en los pies clavados, ni en la frente con la corona de espinas pinchándole la sien, ni en el pecho presumiblemente con una respiración arrítmica… No, el Cristo pintado por Velázquez no es un Cristo agónico: es un Cristo fallecido, muerto.

Probablemente cada uno de los espectadores del siglo XVII diría ante el Cristo crucificado de Velázquez: “Por mi culpa has tenido que sufrir una pasión humillante y dolorosa. Hasta has tenido que morir sintiéndote abandonado por el Padre. Perdóname, Señor, perdóname”. Y cada espectador le oiría decir “te perdono”…

Aporto a continuación algunos datos que confirman que Diego Velázquez manifestó en este cuadro un auténtico sentimiento religioso y que se explica históricamente por qué en la producción pictórica de Velázquez no hallamos tantas pinturas sagradas como era de esperar de un pintor que vivió en plena Contrarreforma de la Iglesia católica.


No nos interesa tanto saber que fue Jerónimo de Villanueva, amigo del Conde Duque de Olivares, el valido de Felipe IV, quien pidiera a Diego Velázquez la realización del cuadro para el convento de las benedictinas de san Plácido fundado por él, como conocer el motivo inmediato por qué el “pintor de la Corte” accedió a pintar el Cristo crucificado. Y el motivo inmediato no fue otro que la enorme conmoción que desencadenó en Madrid el hecho, que tuvo fecha en 1630, de que unos judaizantes portugueses habían profanado con ritos sacrílegos una imagen del Crucificado. La Inquisición llevó a cabo públicamente el Auto de Fe en julio de 1632 contra los judíos sacrílegos en la Plaza Mayor de la capital. Fue principalmente el motivo del citado sacrilegio el que llevó a Jerónimo de Villanueva a encargar a Diego Velázquez que pintara el lienzo Cristo crucificado. Siendo el nombre del convento el de la “Encarnación”, rompe toda lógica la solicitud de Villanueva a Velázquez de pintar un cuadro con el nombre de Cristo crucificado: un cuadro con el título de la “Anunciación”, por ejemplo, habría sido lo apropiado. Además los judíos portugueses condenados procedían de un lugar próximo a Oporto, de donde eran los abuelos paternos del artista. El resultado del impacto que el acontecimiento relatado produjo en la inventiva y en la sensibilidad religiosas de Diego Velázquez lo tenemos reflejado en la imponente obra sagrada del Cristo crucificado.

En los primeros 23 años que nuestro pintor vivió en Sevilla, encontramos obras pictóricas de contenido religioso, entre las cuales destaca la Adoración de los Reyes. La razón por la que Diego Velázquez dejó de dedicarse a pintar cuadros de temática religiosa no fue que el artista careciera de fervor religioso o que fuera “verosímilmente tibio en materia de religión”, como lo califica José Ortega y Gasset. De haberse quedado en Sevilla el resto de su vida, habría terminado por ser un autor de obras de contenido religioso y devocional, como lo fueron Murillo y Zurbarán. El verdadero motivo por el que Diego Velázquez no continuó con el arte sacro tradicional fue que a partir de 1623, a sus 24 años, entró al servicio del monarca Felipe IV y fue nombrado “pintor de la Corte”, y como tal se convirtió en retratista de los personajes de la corte y en pintor de escenas mitológicas para adornar las mansiones regias. Otros cargos a lo largo de los años de servicio al monarca (pintor de cámara, ayuda de guardarropa de su majestad, ayuda de cámara, superintendente de obras y aposentador real) redujeron considerablemente su producción pictórica. A pesar de practicar los géneros de pintura que la corte del rey le reclamaban y de tener que realizar tareas alejadas de su profesión de pintor, el artista sevillano sacó tiempo para pintar, aunque de manera dispersa en su época cortesana, seis o siete cuadros de temática religiosa. Los expertos coinciden en afirmar que las obras de argumento religioso con posterioridad a 1630 han sido tratadas por el pintor de la Corte con mayor esmero y cuidado que las de contenido profano. Y, desde luego, los especialistas en la pintura religiosa de Velázquez son unánimes en considerar el Cristo crucificado como la más alta expresión de sus creencias cristianas. Como se ve, Diego Velázquez no es un pintor eminentemente religioso como el Greco, pero estamos lejos de quienes sostienen que en sus pinturas de tema sagrado se expresa asépticamente, desapasionadamente.
Antes de terminar, quiero volver a las vivencias que el Cristo crucificado despierta en mí. Hay, en primer lugar, una reacción que tiene que ver con el fin redentor de la pasión y muerte de Jesús, según lo hemos expresado en boca de un hipotético espectador del siglo XVII, con cuya interpretación de Cristo Redentor y de su pasión y muerte sustitutorias de nosotros, los pecadores, no estoy de acuerdo. Pero quiero ahora insistir sobre otro mensaje subliminal del Cristo crucificado de Velázquez.
He afirmado que el Crucificado que nos pinta Velázquez no es un crucificado en situación agónica, sino que es un Cristo fallecido, muerto. Lo que más me asombra del cuerpo muerto de Jesús es su grandiosa serenidad, su augusto silencio. Es como si en ese instante cero de la existencia humana el Hijo estuviera esperando, ahora sí, la intervención del Padre para engendrarlo de nuevo en la Vida eterna. En esta línea de interpretación positiva me refuerza todavía más el halo que surge de la misma cabeza del Crucificado. No es para mí una simple aureola que significa la santidad o la inocencia del que muere injustamente en una cruz. Ese nimbo coronando el cuerpo de Jesús me da la impresión de que anuncia su próxima resurrección…

    En esta dimensión profunda de saber si el cuerpo muerto del Nazarenodel Cristo crucificado de Velázquez anuncia o no nuestra inmortalidad se sitúa Miguel de Unamuno en su largo poema El Cristo de Velázquez. Recordemos que don Miguel decía que lo que distingue a Dios de los seres humanos es la inmortalidad.  Según el rector  de Salamanca, en el concilio de Nicea (325) los Padres conciliares hicieron Dios a Cristo para que los humanos nos aseguráramos la inmortalidad. En El Cristo de Velázquez, con muchas y bellísimas metáforas, Unamuno dice una y otra vez que Dios es el Sol de la Vida y que el Cuerpo blanco del Cristo muerto es el espejo del Sol, pero nunca el mismo Dios. Compara el Cuerpo blanco del Cristo “que dio toda su sangre” con la blanca luna que como un espejo refleja la luz del sol, pero la luna tampoco es el sol. Aunque Unamuno adopta una postura negativa sobre la posibilidad de que Cristo certifique nuestra supervivencia sobre la muerte, don Miguel de Unamuno ha tenido el mérito de entrever en el Cristo crucificado de Velázquez una significación religiosa que va más allá de un planteamiento limitado a la redención de nuestros pecados.
EDUARDO MALVIDO

Maestro, catequista y teólogo


EFEMÉRIDES     


     5 LOS CINCUENTA AÑOS DE C.A.L.P.A.

En el pasado, los Hermanos de las Escuelas Cristianas no nos hemos caracterizado ni distinguido, al menos en España, por el ejercicio de la creación científica ni por una investigación de altura, especialmente en educación. Lo nuestro, en el pasado, ha sido la escuela –el ejercicio de la docencia- tanto en los niveles inferiores de la enseñanza como en los superiores. Pero menos, la investigación. Con esto no pretendo minusvalorar o devaluar el ejercicio de la enseñanza ni la dedicación educadora en aras del ejercicio investigador. Tampoco olvido la larga tradición didáctica creada y difundida a través de los libros de texto o los materiales nacidos de la Editorial Bruño sobre todo. Además, desde hace tiempo se ha acrecentado el espíritu pedagógico y podemos contar con pedagogos que han creado métodos nuevos para la enseñanza o caminos inéditos para la educación. Por eso me parece oportuno no pasar por alto la fecha de los cincuenta años de una de las mejores creaciones pedagógicas de un lasaliano: CALPA, obra del H. Luis García Mediavilla. Y a esto último dedicaremos la efeméride de este número de AFDA.


El nacimiento de un nuevo instrumento
Al final de los años sesenta del pasado siglo (año 1969), un Hermano de las Escuelas Cristianas, implicado en el mundo de la orientación psicopedagógica en los centros lasalianos de España sintió el deseo de unificar las prácticas orientadoras y de crear “un organismo” que cumpliera esa función en los colegios. Dicho Hermano era Luis García Mediavilla, fallecido recientemente a punto de cumplir noventa años. Profesor vocacionado para lo psicopedagógico entrevió la importancia de dirigirse directamente a la persona de los educandos y valoró la trascendencia de una educación fundada sobre la base científica de la medición, la interpretación, la orientación de las dimensiones básicas de la persona. Hombre que investigaba sobre temas teórico-prácticos (dislexia, orientación, discapacidades) se empeñó junto a otros psicólogos y pedagogos en servir a los profesores-educadores en el conocimiento y la orientación de los educandos. Y creó un instrumento adecuado para esa función. Este organismo adoptó el nombre de “Centros Asociados La Salle de Psicología Aplicada” (CALPA) y se lanzó, desde un pequeño despacho de la Gran Vía de Madrid, a una aventura que, con grandes dificultades en los comienzos, superó enseguida sus propias previsiones. Este año celebra su cincuentenario. 


Pero, ¿cuáles eran los objetivos de esta institución al servicio de la educación? El primero y principal era “ofrecer una ayuda técnica para profesores, padres y tutores en la orientación personal, escolar y profesional de sus hijos y alumnos”. Es decir, ofrecer un medio científico y técnico para realizar una función que hasta entonces solía hacerse como fruto de iniciativas privadas, con resultados inciertos dada la metodología más bien “artesana” y precaria con que se realizaba. Para ello CALPA se servía en principio de la aplicación de pruebas psicopedagógicas existentes en el mercado aunque luego su equipo creó técnicas propias de medición, tests reconocidos en el ámbito psicopedagógico por su valor y su eficacia.

    El nivel universitario
El pequeño recinto de la Gran Vía se trasladó luego a
Aravaca, a la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado. En este centro, que estuvo durante unos años bajo la dirección del propio H. Mediavilla, adquirió carácter propio y categoría universitaria. Y en este ámbito desarrolló y perfeccionó su metodología propia, que consistía en el seguimiento de una serie de pasos relacionados entre sí y dotados de eficacia contrastada. Este proceso había sido aprobado previamente por los miembros de un equipo formado por unas pocas personas; la tarea primordial del H. Gª Mediavilla era “suscitar ideas, aceptarlas, previa discusión, e integrarlas siempre que fuera posible”. Dicho proceso de aplicación de las pruebas psicopedagógicas constaba de los siguientes pasos:
  1. Preparación de las pruebas, especialmente de las creadas por la propia CALPA. Por ejemplo CIP II (Cuestionario de Intereses profesionales) o ITECA (Inventario de Técnicas de Estudio de CALPA). Estas pruebas, que se valoraban y contrastaban cada año iban ganando en “fiabilidad y eficacia”.
  2. Aplicación de las pruebas en los múltiples centros educativos lasalianos de toda España. Una aplicación que desbordaba el puro acto mecánico y se convertía en un diálogo, en un ejercicio de proximidad y cercanía humana.
  3. El acto de la corrección de las pruebas aplicadas contaba con numerosos ayudantes que agilizaban el proceso.
  4. La interpretación de las pruebas aplicadas consistía en un “verdadero estudio psicopedagógico de cada uno de los alumnos”. También preparaban “Informes globales” dirigidos a los centros educativos. Esto les permitía un estudio comparativo con los otros centros.
  5. La entrega de expedientes, en los que se facilitaba un contacto directo entre los encuestadores, los resultados y los afectados. Este encuentro personal, en lugar de un “envío anónimo” era algo consustancial con el método.
  6. Las entrevistas personales que podían surgir después de la entrega de expedientes. Charlas personales o en grupo, eran un servicio de ayuda a quienes expresaban alguna necesidad o de respuesta a las cuestiones suscitadas en los interesados.

     El valor de una práctica diferente

El H. Gª Mediavilla y su equipo recorrieron numerosos centros educativos durante años, al principio en condiciones un tanto precarias, proporcionaron a estos un influjo positivo con la psicopedagogía aplicada a la orientación y lograron elevar el nivel científico y técnico de la aplicación de pruebas psicopedagógicas, que hasta entonces se hacían en no pocos casos por los propios profesores y educadores, de una forma no del todo rigurosa.
Pero junto al carácter científico y técnico debemos subrayar el valor del contacto humano que se establecía entre el equipo CALPA y los educadores. Tanto los colaboradores de la primera hora como los actuales miembros de CALPA destacan no sólo la calidad científica del proceso y el rigor de sus resultados, sino la “relación humana” que se creaba durante el proceso descrito, “la proximidad del orientador con los sujetos de las pruebas: eran las mismas personas las que las aplicaban, las valoraban y las entregaban con la interpretación correspondiente. Desde el principio del proceso hasta el final del mismo se daba esa proximidad, que culminaba con el diálogo comprometido con los destinatarios y las respuestas a cuantas cuestiones pudieran suscitarse”. Esta era una característica propia de CALPA, inexistente en otros organismos de aplicación psicopedagógica. Ello se debía, en buena medida, a la capacidad y a la hondura humana del creador de CALPA, a su generosidad, a su libertad y a la capacidad para ganarse tanto a sus destinatarios como a los miembros de su equipo.
Y junto a esto hay que destacar la valentía y el coraje mostrado por el H. Mediavilla desde el comienzo de su idea y a lo largo de su realización. Una valentía y una capacidad de lucha, propias de un pionero, y manifestadas en no pocas ocasiones. Alguien ha dicho que “afrontó con valentía los momentos de desilusión, los recelos y las incomprensiones que siempre despierta el que se sale de los caminos trillados para alumbrar algo novedoso”. El mundo universitario en el que vivió el H. Mediavilla como catedrático de Pedagogía de la Universidad a Distancia subraya esta capacidad de búsqueda de los medios más adecuados y eficaces para un mejor servicio al desarrollo de la persona. Y de la valentía en la defensa de todos los educandos, pero, sobre todo, los más desfavorecidos, a los que de algún modo privilegiaba su método. 
Sus compañeros de universidad destacaban tanto el rigor del método de CALPA como la categoría intelectual y personal de su creador: “en (estas) conversaciones, dice el catedrático R. Pérez Juste, tuve la ocasión de conocer al hombre formado, maduro, capaz de orientar si dar consejos, de animar en las dificultades, de ayudar sin que se notara, de clarificar sin impartir doctrina, de transmitir serenidad y sosiego”. Y la profesora María de Codes Martínez G. afirmaba que “siempre desde la sabiduría, la sencillez y la entrega generosa, se convirtió en facilitador, en el mediador, en el impulsor de proyectos y nuevos retos, en la autoridad moral, en el ser capaz de hacer aflorar lo mejor de cada persona”. A eso, en definitiva, deseaba contribuir el servicio de orientación creado por CALPA.
      CALPA, hoy
La celebración de los cincuenta años de CALPA no es un mero recuerdo de algo que pasó; es, más bien, la constatación, evocando sus comienzos, de su fecunda actualidad pedagógica. En el seno del Centro Superior de Estudios Universitarios la Salle, de Aravaca –su “ambiente natural”- sigue la obra lasaliana de Luis Gª Mediavilla como una obra propia y querida de este centro universitario. Y sigue ejerciendo su labor pedagógica con empeño renovado. Está formada por un Equipo reducido con el que el profesor García Mediavilla trabajó, en un ambiente familiar, pero riguroso en lo científico, casi hasta las últimas semanas de su vida. Este servicio de orientación psicopedagógica lo sigue realizando CALPA en una amplia red de Centros educativos de La Salle y de otras instituciones. Esa actividad es favorecida a través del desarrollo de una “plataforma propia que facilita el proceso de evaluación en soporte online”. Mantiene asimismo uno de los elementos señalados anteriormente: “la elaboración de Informes comparativos intercentros, de gran valor como herramienta de evaluación externa”. Y mantiene también, potenciada y perfeccionada si cabe, otra de las características que definen la acción de CALPA: “el acompañamiento de nuestros profesionales, que se distingue por un estilo de relación basado en la cercanía y el rigor profesional”, en expresión del equipo actual. Desde aquí felicitamos al Equipo de CALPA y esperamos que esta magnífica obra lasaliana siga cumpliendo años de trabajo ilusionado, riguroso y eficaz.
TEÓDULO GARCÍA REGIDOR
Maestro, profesor del Centro Universitario La Salle

Vísteme despacio, que tengo prisa”, dice el refrán popular. Y tiene mucha razón. La prisa, la precipitación, a nada bueno conducen. Cuántos caminos ha habido que reanudar, cuantas obras que reiniciar cuando creíamos haberlas completado. Y es que no es posible caminar más aprisa de lo que nuestras piernas dan de sí ni llevar la destreza más allá de lo que nuestras manos permiten, salvo fastidioso traspiés o lamentable error que nos devuelvan al punto de partida.

Todos percibimos la desazón, el desconcierto, el creciente desequilibrio de la sociedad en que vivimos. Nos pueden las prisas. Cada vez el pasado y el futuro están más cerca del presente. La acción resulta inaplazable, y apenas deja tiempo para la reflexión. Atendemos a lo inmediato, con la vista puesta en el siguiente paso, cuando apenas hemos empezado a dar el que ahora nos ocupa. Difícil ir más allá, trascender la realidad que nos reclama con urgencia. El misterio, la trascendencia, el espíritu que inspira valores por encima de la realidad material, quedan por lo general fuera de foco, salvo en las ocasiones en que nos damos de bruces con la privación, el dolor o la muerte y sentimos una sacudida que nos invita a detenernos.
En todo ello tienen mucho que ver los avances tecnológicos, que se desarrollan en progresión geométrica. Cabe confiar en que –según aseguran prestigiosos neurólogos- la mayor parte de nuestro cerebro está virgen, con lo que parece queda un amplio porcentaje de nuestro disco duro sin utilizar. Pero el problema puede no residir en la capacidad de almacenaje, sino en el ritmo de procesamiento. Se nos agolpa a la puerta la información, que empuja y pretende abrirse paso, animada por la publicidad y estimulada a través de los multimedia y las redes sociales. Y esto nos produce innegable ansiedad. Vivimos una época en la que, paradójicamente, nos invade la comunicación, al tiempo que nos vamos convirtiendo en auténticas islas. Eso sí, bien pertrechados de medios de los que nos esforzamos en sacar partido. Cada generación se solapa más con la anterior. Nadie quiere quedarse atrás. Y el margen se nos presenta cada vez más efímero. Es mucho lo que se nos pone por delante, y breve el tiempo de que disponemos. Imposible de todo punto, ponerse al día. Seguros estamos de que el mundo que nos vio nacer tendrá muy poco que ver con el que dejaremos en nuestra partida.

La complejidad es progresivamente mayor. Vivimos envueltos en permanente reto, ante problemas de creciente complejidad y difícil solución: crisis económica, provocada en gran parte por el propio avance tecnológico y el consiguiente incremento del paro; crisis demográfica, fruto en gran medida de la anterior; crisis democrática, con preocupante desarrollo de movimientos nacionalistas de diferente signo; inmigración descontrolada; amenazadora invasión islámica, apoyada en el desarrollo demográfico –en manifiesto desequilibrio con el autóctono occidental-, cuando no impregnada de tintes terroristas; desarrollo de nuevas estructuras familiares y sociales; espectacular desarrollo de la genética, con evidentes riesgos que a nadie se le escapan…
La globalización, apoyada en elementos como la unificación de la moneda, la universalización de una lengua de entendimiento común, o las políticas supraestatales, entre otros factores, merece en general consideración positiva. Pero no deja de entrañar evidentes riesgos. Entre ellos –lo apuntábamos desde el principio- la dificultad de asimilación, para el individuo y para la sociedad en general. Digerir cambios, no siempre sustanciales pero  sí complejos, a ritmo tan acelerado, resulta complicado; metabolizarlos sin riesgo, tarea sumamente difícil. Y pues es de suponer que la aceleración sobrevenida será cada vez mayor, duro lo tienen las próximas generaciones para asimilar los cambios y evitar el caos. Si se me permite la expresión coloquial, “que Dios les coja confesados”.
Se mueve el universo en órbitas constantes
que giran y se alejan, que vienen, van y vuelven
y nunca retroceden.
Avanzan en su giro estrellas y planetas;
cometas y satélites se desplazan en vuelo persistente,
se mecen, se acompasan, y en un ballet solemne ,
casi eterno, se cimbrean y ruedan en sus ejes,
mas nunca se detienen.



Se suceden las olas, incansables, perennes.
El viento bambolea las ramas
en suave caricia o en brusca sacudida,
para afirmar al árbol y desechar las hojas
que cumplieron su ciclo; otras nuevas le crecen
en las yemas que se abren y aparecen
sobre la misma huella que dejaron las otras al caerse.

Todo cuanto en el seno de la naturaleza
se gesta, crece y muere,
nace y se desarrolla justo a tiempo, sin prisas ni vaivenes:
concepción, nueve meses, el parto, y una vida que alienta;
respiraciones leves y constantes,
al ritmo de latidos permanentes.
Correr cuando no toca, precipitar la marcha,
quemar etapas, empeñarse en insomnios importunos
cuando la vida duerme;
o afanarse, por absurdo egoísmo,
en detener con palos en las ruedas
la carreta que en libertad se mueve,
solo ansiedad produce;
angustia y estúpida impotencia,
sensación de vacío, inoperancia,
ineficacia ausente de frutos conseguidos se suceden.


Caminar, avanzar con paso firme,
trazar el surco recto, con la mirada al frente,
la mano en la mancera, firme, constante y exigente,
sin saltos ni carreras a destiempo,
sin hurtarle al descanso el tiempo que merece,
sin negarle a la mente
la pausa para orear el pensamiento y concederle
la reflexión que alumbra, orienta en el camino
y al alma fortalece.
Caminar y avanzar, pero sin prisas.
Que saltar y correr dando traspiés,
precipitarse, quemar etapas,
no es forma saludable de perseguir la meta;
es llegar al final huero, vacío, y agostarse
sin fruto que ofrecer. Es morir sin vivir,
es reventar la flor antes de abrir,
y verla sofocarse y marchitarse.

ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación.
Emérito UCJC




QUIJOTES Y SANCHOS, PERO AMADÍS DE GAULA 
A España se la piensa a lo don Quijote. También a lo Sancho. Con más acierto, a lo don Quijote y a lo Sancho sumados.

Habría que añadir a esta dicotomía el pensarla a lo Amadís de Gaula. Desde luego, prescindir de la rusticidez de Sancho y abandonar la impotencia, conmovedora pero marchita, de Alonso Quijano.
Y saltar al auténtico Amadís de Gaula y a sus valores frescos, mozos, aurorales, bello porte y alma grande. 

¿Que andamos muy lejos de este “epos”, incluso de pensarlo como alcanzable más adelante?

El invierno duerme, amodorrado, parece muerto, pero tras él vuelve siempre la primavera que sonríe y promete el cielo, la tierra y el mar de siempre, nuevos, a estrenar. 

En la España de hoy, hibernada, al poco, desde luego, volverá a reír la primavera.



RAMIRO DUQUE DE AZA
Maestro. Profesor de Teoría del conocimiento
Bachillerato Internacional

















¿Cómo una lengua fermosa
tan hablada y bien escrita
puede ser ahora proscrita
por la Ley Celada Rosa
del socialismo sanchista.




No lo consigo entender.
¿Es que el catalán va a ser
más privilegiado aún
que lo ha sido en el “prusés”
y el gallego y vasco-astur
habrán de prevalecer
sobre el español fruncido
tras varios siglos uniendo
la piel, el mapa, el intento…
del sensato buen sentido?
La verdad, que no lo entiendo.
Más de quinientos millones
de seres cultiparlantes
y diestros escriturantes
están dando sus razones
contra los arrebatantes
del español-castellano,
sano, grave y soberano
en su Autonomía audaz.
¿Perderán su afán voraz?
Lo afirmo y me siento ufano.
Castellanos de Cervantes,
de Lope y de Calderón…
nuestro patrimonio son
junto con otro montón
de habladores ilustrantes.

¡Oh gran mundo de Guermantes
el del francés Marcel Proust!
¿Es que no habrá otros tutús
como los que fueron antes
en la Lengua a cara y cruz
de Valle-Inclanes tronantes?

¿No habrá en español hoy día
quien se mantenga de guía
en tan sublime labor?
Yo lo espero. Por favor,
que demuestre su hidalguía.

Hidalguía de español
en el que no caiga el sol
desde Oriente hasta Occidente.
¡Oh, qué jemplar accidente
girar como el girasol!

¡Españoles… a por todas
las lenguas nacionalistas.
Celebradas sean las bodas
comunales y unionistas…
y a olvidar odios y modas!
Una lengua general
y además todas las otras,
el francés, el provenzal,
el inglés, el alemán…
y el japonés, ¡ostras, ostras!












Nos entenderemos todos
cuando empecemos a ser
tolerantes en los modos
en que hubimos de nacer
y después crecer, crecer.

Lo dicho queda, señores.
A comprenderse, lectores,
en la enseñanza global,
que nos tornará mejores
que somos en la era actual.

       LA TORTUGA PEREZOSA

Señora tortuga,
espabílese,
que no va a llegar
adonde yo sé
si duerme o hiberna
con ese corsé
de la casa a cuestas,
¡ja jo jú ji jé!

Miedica, miedica,
haz como el ciempiés
que corre que vuela
y no se le ve.

Pasito a pasito
podrías vencer
incluso a la liebre
del campo a través.
Venga, anda, camina,
come, báñate.
Esopo te espera
para componer
una linda fábula
de esas de EGB
que todos los niños
deben aprender.
¿La meta preguntas?:
Ser lo que se es.



Excepto algunas monjitas, un puñado de monjes y los niños en apuros, hoy casi nadie reza. Muchos sacerdotes dicen misa o la ofician. Los obispos, cuando hay problemas gordísimos que como nubarrones se ciernen sobre su patria España, ¿habéis oído que se junten prietos y clamantes al Cielo, en la oración del amigo de media noche, tenaz y persistente, que nos insinúa el Evangelio? Por la calle la gente marcha hablando con no se sabe quién, clavada en su móvil o despreocupada, no reza. En casa se come sin hacer antes ni la señal de la cruz. Hoy nadie reza.

Los animales sí que rezan. A su modo y manera

El gallo quiquiriquea de madrugada, se empina y estira, alarga y alza su cuello, dispara el pico, cimbrea a izquierda y derecha su roja cresta... Le está pidiendo al Cielo que quiere seguir quebrando albores, como en el Cantar de Mío Cid, para armonía del mundo y regular las horas del día desde el mismo filo del amanecer. Humildemente hace valer su antigüedad como reloj de las faenas del campo, del descanso, de la noche y del sueño. El kiquirikí del gallo es su oración, que quiebra albores y pinta de azul el cielo de toda nueva jornada.

El caracol, que tiene soluciones que ofrecer a las autoridades de la nación sobre las crisis de la vivienda, ora ofreciéndose al Cielo – sencillo amor al prójimo- y poniéndose bajo su techo a disposición de todos. Es su modo de oración. Le promete y asegura a Dios y nos asegura a nosotros que siempre se le encontrará en casa.

El buey, lento y manso, parado en oración, le pide a Dios tranquilidad para el mundo. Que haga comprender a los hombres que no es bueno precipitarse. Para él solo pide tiempo para rumiar, tiempo para caminar, tiempo para pensar…

El conejo. Grabamos lo que musita el conejo mientras rapidísimo mueve su boquita de piñón: “Padre, protégeme de ellos. De los cazadores y de sus perros. Vienen detrás de mí. Me tengo que esconder en negros agujeros que son plena noche. Los perros son muy rápidos. En cada arbusto que cruzo hay una cara salvaje que me mira. Dame un descanso, para que pueda pensar en Ti. Déjame escapar y líbrame de la mixomatosis. Amén”.

La lagartija es una contemplativa. Su oración no recita, pero no es de quietista a lo Miguel de Molinos, sino de quietud. Se ha detenido, contempla.

Su oración es humilde, porque ella, lagartija, no es más que una inofensiva miniatura de lagarto. Para el lagarto, el Nilo. A ella le basta una roca en la que detenerse al sol y una tapia de piedras desiguales en las que retirarse a orar en secreto, como los ermitaños. Contiene la respiración cuando se pone en oración. Parece que mira fijamente al sol, sin parpadear, pero, de hecho, está mirándole al Dios del cielo y del sol. Escucha. Escucha a Dios, que le está hablando. Su oración es escuchar.

CUR


FORMA DEL EJERCICIO FÍSICO (III)



TIPOS DE MOVIMIENTOS



  

   Los movimientos corporales que una persona puede realizar en el espacio, y visto desde el punto de vista del ejercicio físico, pueden ser de tres tipos: segmentarios, de traslación y de rotación.

Movimientos segmentarios
Los movimientos segmentarios son aquellos que se realizan solamente con una parte del cuerpo; con uno o más segmentos corporales, mientras que el resto del cuerpo puede permanecer quieto, sin desplazarse.

Todos los movimientos segmentarios se efectúan a través de una rotación de la parte en movimiento sobre la articulación correspondiente; puede ser de un miembro o segmento corporal o de varios de manera simultánea.

Salto de longitud
En los movimientos de traslación se desplaza todo el cuerpo con una trayectoria lineal: rectilínea o curvilínea.
Las trayectorias rectilíneas se describen cuando el centro de gravedad (CDG) de todo el cuerpo describe una trayectoria recta. Ésta sólo puede ser horizontal –como la marcha o la carrera–, o vertical –como los saltos sobre el suelo o material elástico a caer en el mismo sitio–.


Las trayectorias curvilíneas son lineales en vuelo; cambian
Trayectoria vertical
 
continuamente de dirección por efecto de la fuerza de gravedad; se generan cuando las trayectorias son inclinadas; describen una parábola; esto es, tienen la misma curvatura durante el ascenso que durante el descenso. La trayectoria a seguir por el CDG se establecerá ya en la salida, sin posibilidad de modificación; no podrá variar, a menos que influyan otras fuerzas externas además de la gravedad. Un ejemplo de este tipo de movimiento puede ser el que se establece en los saltos de longitud del atletismo.

En los movimientos de rotación el cuerpo en su conjunto efectúa algún tipo de volteos: rotaciones. Éstas pueden ser sobre un eje fijo, en apoyo sobre una superficie u objeto estable, o sobre un eje libre, con el cuerpo en vuelo sin apoyo sobre objetos estables.
Volteo libre
Las rotaciones pueden efectuarse en cualquiera de los tres planos básicos en los que se divide el cuerpo humano. Si se producen sobre el eje longitudinal, se denominan giros; y si la rotación se produce sobre alguno de los otros dos ejes básicos –lateral o antero-posterior–, se denominan volteos. Los volteos sobre eje libre que simultáneamente efectúan giros se denominan piruetas en el ámbito gimnástico.
Cuando se combinan movimientos que incluyen trayectorias de rotación y de traslación con apoyo en superficie estable, son los rodamientos. Un buen ejemplo de éstos son las volteretas realizadas en el suelo; además de efectuarse una rotación, se produce también un desplazamiento con trayectoria horizontal.
Movimiento cicloidal
Los volteos realizados sobre un eje libre son los mal llamados “mortales”, tanto adelante como atrás, propios de la disciplina de Gimnasia. Término que debería erradicarse, puesto que tiene connotaciones negativas, y sustituirse por el de volteo libre; aunque resultará difícil dicho cambio puesto que está muy arraigado en nuestra cultura ibérica.
Francisco Sáez Pastor
Universidad de Vigo





1 comentario:

  1. MALVIDO ESCRIBE A AFDA: El nº 77 de AFDA sigue prolongando su trayectoria de alta forma de estilo y de profundo pensamiento. Qué difícil destacar un artículo sobre los hombros altos y vigorosos de los otros. Pero ha habido uno que me ha emocionado hasta las células madres, y es el del anciano Jacob, un adelanto bíblico del encuentro definitivo. ¡Enhorabuena, Carlos! Es el artículo una ardiente oración. Dices al principio del nº que hoy nadie reza. Y tú reza que te reza a través del anciano Jacob, y a través del caracol, y de la vaca, y de la lagartija...

    Dentro de un par de días te enviaré otra de las joyas religiosas del arte. Te va a sorprender el nombre del artista, del tema de la obra y del comentario.
    Eduardo

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